Las cosas que más odiamos de los gimnasios

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Ir al gimnasio es complicado, y soportar algunas cosas de allí más todavía

Aunque lo más complicado de ir al gimnasio parece el hecho de dar el paso y salir de casa, lo cierto es que una vez allí también encontramos algunos obstáculos que nos sacan de quicio. En Menzig Fit hacemos repaso de algunos de ellos.

Por Jorge Moreno  |  03 Febrero 2020

Fuera llueve y hace mucho frío. Las nubes del cielo no solo tapan el sol, sino también las ganas de hacer cualquier cosa que implique atravesar la puerta de la calle. "Tengo que tener fuerza de voluntad, me lo propuse", piensas, "esta vez sí que sí, esta vez no voy a fracasar". Haces de tripas corazón, y decides que hoy es uno de esos días, que no puedes seguir pagando una matrícula en balde: "Hoy voy a ir al gimnasio". Decírtelo y autoconvencerte es un pequeño paso para quien lo ha incorporado a su rutina, pero un gran paso para ti, que estás empezando.

Te enfundas la ropa de deporte, preparas la bolsa, sales de tu casa, desafías al frío, la lluvia y a las cien excusas que se te ocurren para no ir a hacer deporte después de un largo día de trabajo y llegas al gimnasio. Una vez realizado el hercúleo trabajo que supone andar los 400 metros que lo separan de tu casa, parece que lo más complicado ya ha pasado. Además, la música que suena por tus auriculares te despiertan el cuerpo y la mente, y toda la actividad que hay a tu alrededor hace imposible que no te entren ganas de moverte un poco. Después de los quince minutos pertinentes de cardio estás listo: ha llegado la hora de ir a una máquina a hacer trabajo específico de un músculo. Y es en ese preciso momento en el que te das cuenta que no solo era complicado subir, sino que una vez en el gimnasio vas a encontrarte numerosos obstáculos que van a hacerte replantearte que vuelvas.

Para ir al gimnasio se necesita fuerza de voluntad.
Para ir al gimnasio se necesita fuerza de voluntad. Shutterstock

El primero es que, a veces, los planes no salen como esperabas porque la máquina con la que querías empezar está ocupada, y no parece que vaya a quedar libre a corto plazo. Pero eres capaz de improvisar, a fin de cuentas sabemos que solo los animales capaces de adaptarse al entorno sobreviven, así que te acercas a otra en la que no hay nadie y empiezas con tu ejercicio. Cuentas mentalmente las repeticiones: "uno" (repetición) "dos" (repetición) "tres", empiezas a sentirte poderoso, fuerte, "cuatr...". Y entonces aparece. Es él, está en todos los gimnasios, y dice la frase mágica: "si sigues haciendo eso así te vas a hacer daño". La imagen que tenías de ti mismo como Jason Statham queda por los suelos. Cura de humildad antológica. Agradeces el consejo con la mejor de las caras y deseas que te trague la tierra y que te haya mirado la menor cantidad de personas posible. Y oye, puede que hasta te lo tomes bien cuando ha pasado un rato. Al fin y al cabo, el dolor por el orgullo herido dura menos que el de una contractura muscular o una fisura. Eso sí, la próxima vez intentarás que el típico monitor fake no te vea a la próxima.

Volviendo al momento de la corrección, y con cuidado de no cometer otro error, procedes con la segunda serie: "uno", "dos", "tres", descubres que hacer bien el ejercicio supone más esfuerzo, "cuatro", pero en tus auriculares suena 'Eye of the Tiger' y vuelves a sentir el poder, "cinc...". De repente, escuchas un berrido que, sin duda, no pertenece a la canción de Survivor. Procede de otro de los personajes clásicos de gimnasio, ese del que podríamos decir que es un tenor o un cantante de punk frustrado, porque solo así se entiende sus gritos. Al final te acostumbras al concierto a capella con el que tu compañero acompaña su entrenamiento y sigues a lo tuyo. Por fin acabas tu primer ejercicio y hasta la suerte te acompaña: la máquina con la que querías empezar tu rutina ya ha quedado libre, ha llegado el momento de ponerse manos a la obra.

¿Por qué esos alaridos?
¿Por qué esos alaridos? Shutterstock

Le das un trago a tu botella de agua, te acercas a la máquina y... descubres que haberte secado el sudor ha sido una tontería. La persona que ocupaba el aparato antes que tú no ha sudado la camiseta, sino la máquina entera. Tanto que dudas si semejante charco es de él o, si por el contrario, la inteligencia artificial ha llegado a tu gimnasio, y es la propia máquina la que ha sudado para solidarizarse con el deportista. En fin, no eres demasiado escrupuloso, así que le pasas un poco la toalla y procedes a seguir con tu ejercicio. Por suerte no vas a encontrarte más impertinencias, así que acabas tu rutina, estiras un poco y vuelves al vestuario en busca de aseo y de relajarte un poco.

Si el sudor va acompañado de mal olor, el combo está completo.
Si el sudor va acompañado de mal olor, el combo está completo. Shutterstock

Y qué mejor sitio para relajarse que la ducha. Entras en la cabina, pulsas el botón para que salga el agua y esperas a que coja la temperatura que deseas. Y esperas, y esperas, y esperas (otro día trataremos ese fenómeno de las duchas automáticas por el cual no te da tiempo ni a mojarte antes de que se corte el agua). Al final lo das por perdido, y aunque el agua no está exactamente a tu gusto tampoco es un infierno. Quizá a veces pasas un poco de frío, pero no es para tanto. Acabas rápidamente y sales a cambiarte.

Y es a la hora de vestirse y no en las clases de yoga, en los que la elasticidad y las dotes de contorsionismo tienen que aparecer porque, aunque nadie lo diga en alto, todo el mundo sabe que en los gimnasios impera la ley de Murphy: aunque el vestuario esté vacío, la suerte querrá que justo se cambiarán a la vez dos o tres personas que, ya es casualidad, ocupan taquillas que están juntas. Te da rabia, pero no queda otra, y te cambias mientras procuras no llevarte el calcetín sudado de ninguno de tus compañeros.

Hasta aquí tu jornada en el gimnasio. Poco a poco te irás acostumbrando a estos gajes que tiene ir a hacer deporte y pronto pasarán de ser grandes incordios a pequeñas molestias rutinarias. Bueno, eso si superas las agujetas típicas del novato. Buena suerte.

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